martes, 21 de diciembre de 2010

QUIOSCOS: SENCILLEZ Y DONAIRE

Aunque puedan pasar casi advertidos por su modestia y escasez, los quioscos son un elementos configurador del espacio urbano; tanto como una fuente, un ajárdinado o una escultura conmemorativa. Alteran estos templetes la estética inicial del lugar donde se coloca, procurando e la mayoría de los casos mejorarla.

Quiosco del Palacio Municipal
De estilo oriental como su propio origen -el “Kusk” árabe-, se utiliza en ‘principio en los jardines, tomando carta de naturaleza en la Europa dieciochesca; se dearrolla en el romanticismo al contactar los imperios con la media luna y el lejano oriente. En España, el estilo árabe deja de beber en Oriente al autocontemplarse en su propia tradición musulmana y mudéjar. Discurren sus formas a modo de tanteo (neoarabismo, alhambrismo, eclecticismo) hasta que en Andalucía se consagra como propio de la región, dando lugar al neomudejar que a veces se vinculan en e1 plateresco.
De, los jardines, estos pabellones pequeños, abiertos, por todos sus lados, de planta generalmente redonda, ochavada, pasan a las plazas públicas, paseos y calles. A veces se despojan de su original estilo árabe, aunque suelen mantener la típica celosía; tienden a cerrarse, al tiempo que multiplican sus funciones.
Mantienen un parentesco con el cenador enredado de plantas trepadoras propio de una glorieta de un parque o jardín, o con la pérgola.






Ya no sólo son lugares para descansar, tomar el fresco o recrear la vista, sino que también en los sitios públicos servirán para la venta menuda de periódicos; flores, fósforos, chucherías, fritos o refrescos (aguaduchos); para urinarios, para tapar “ingenios” (pozos, red eléctrica, alcantarillas...); para situar a los músicos, para pajareras... etc. Derivarán los quioscos en los pabellones de recreos, de casinos de exposiciones y de las propias casetas de baños.
Permanentes o efímeros, según su material de carpintería o, albañilería -generalmente de ladrillo-, incorporan el hierro en su fábrica o incluso se conviérten en una arquitectura del hierro, usada a mediados del pasado siglo XIX en Sevilla (Puente Triana, Mercado de Entradores).
De esta pequeña arquitectura -por su tamaño- subsisten en Sanlúcar algunas muestras que datan de principios de siglo: quiosco de ingenio en el jardín delantero del Palacio de Orleans, quiosco mingitorio, luego de venta menuda en la Plaza de San Roque; y los pabellones ubicados en la Calzada: Rifa de los Pobres y el antiguo Círculo Mercantil (actual Oficina de Turismo).

Como un trampantojo puede un quiosco aumentar, disminuir, imitar, concentrar, dispersar un espacío a cielo abierto; además de embellecerlo gracias al propio diseño, casi siempre con él fin de recrear al transeúnte.

Existió en la Plaza de San Roque un mingitorio público haciendo esquina con la calle de los Sastres. En 1923, el Ayuntamiento pretendió modificarlo. Los vecinos de la plaza alzaron sus protestas mediante las que solicitaron no sólo el cierre de aquél, sino la no apertura de ningún otro por ser “un ataque a la moral pública y además resulta antihigiénico por las emanaciones insalubres que produce y que más de notar por lo reducido de la plaza”. El Cabildo, al no encontrar otro sitio apropiado con madronas y tuberías de agua potable, rechazó la pretensión de aquellos particulares; sin embargo, decidió que el nuevo quiosco de necesidades se estableciera en la plaza, más que fuera cubierto, cerrado y con una sola puerta de acceso.




Con estas pautas iniciales, el arquitecto municipal, José Romero Barrero, proyectó al año siguiente dos quioscos similares, uno para la playa -que no se levantó- y otro para la Plaza de San Roque, hoy convertido en puesto de venta de “chucherías”.
El primero fue concebido con planta rectangular y dos puertas de acceso, pues el quiosco se dividía en dos partes por medio de una pared central, una para urinarios y otra para retretes. En alzado, los lados de acceso se constituían en tres cuerpos: el primero, en su eje central, abría la puerta cuyo dintel casi marcaba la altura. En ambos lados, dos huecos alargados cuyos dos tercios superiores estaban cerrados con un entramado probablemente de cristal y el tercio inferior, a modo de pretil, se ahuecaba con unas ranuras longitudinales abiertas a la ventilación.





Una moldura marcaba el tránsito al segundo cuerpo del edículo: un friso con tres celosías con la misma anchura y situación que los huecos inferiores. El establecimiento sostenía un tejado vidriado y coloreado a cuatro aguas que se remataba con una figura de porcelana.
En cambio, el quisco de la Plaza de San Roque, aunque con estructura octogonal, mantenía las mismas características: cuerpo inferior a modo de zócalo en rodapies -sin ranuras de ventilación como el anterior-, y por encima las ventanas y puerta (giratoria); friso de celosías, y tejado con remate cerámico.
Ambos quioscos, en ladrillos finos colocados a testaceum, enlazan estilísticamente con el bárroco templado andaluz, pero adaptado al nuevo discurso arquitectónico del “regionalismo neobarroco”. Por tanto se acerca más al “aediculum” clásico, que al “kurs” árabe, sin embargo de éste toma la solución de la celosía apropiada para la luz, la ventilación y el cierre a la vista.








José Romero Barrero dotó a estos dos quioscos con sencillez y donaire. Siguió las mismas líneas que el resto de su producción arquitectónica en Sanlúcar, Como ejemplo caben la reforma del -Hospital de San Diego, el hotelito de “Manuel Domínguez -y sociedad” (1914), cerca de Las Piletas, o la casa de Vidal Gutiérrez en la calle de las Cruces esquina a Diego Benítez (1926).
Fue Romero Barrero nombrado arquitecto municipal en 1916 con la condición de hacer visitas semanales a la ciudad desde Cádiz. Dos años después fue contratado con carácter efectivo hasta 1931: En su actuación gaditana se distinguió por las obras del desaparecido Balneario de la Victoria (1907), “una de las primicias andaluzas en la tectónica de hormigón vaciado’en encofrado de madera”. También siendo arquitecto de la Diputación, y en el mismo estilo modernista que el Balneario fue autor de la Casa Mayor en la calle San José 34.