viernes, 29 de junio de 2007

FARMACÉUTICA GERTRUDIS MARTÍNEZ OTERO (1878-1965)





El último tercio del siglo XIX excluye todavía a 1a mujer de derechos políticos y civiles, por considerándosele capitidisminuida. La Carta Magna de la Restauración establecía el sufragio censitario. Sólo los hombres con ciertas rentas y capacidades podían votar. Con mayor retraso, a la cola de la política, funcionaban las mentalidades, y del mismo modo se comportaba la vida social, todavía más rigurosa en lo concerniente a la mujer.
Las tareas femeninas quedaban circunscritas al hogar, la iglesia y los niños. Y para estos fines, se educaban a las niñas y jóvenes, con más o menos "adornos", según la posición que fuera a ocupar en la sociedad.
El camino, que la tradición había trazado para la mujer, fue mantenido tal cual por la minoría burguesa dominante, que en estos años deseaba pocos cambios.
"Ocupaciones propias de su sexo", así definen algunos documentos la profesión de la mujer. Con tono más aristocrático, suena "el gobierno de la casa", que presupone una gran casa con servidumbre dirigida por la señora.
Otra alternativa de la mujer era abrazar la vida religiosa, donde podía escalar, según su inteligencia o ambición, diversos escalones. De lega a monja, de priora o superiora hasta llegar al generalato.
Con los cambios producidos en el estamento eclesiástico: la exclaustración de órdenes religiosas y el nacimiento de las congregaciones, disminuyen aquéllas que se dedicaban al cuidado de los enfermos, y aumentan éstas dedicadas a la educación. El Estado Liberal, al asumir paulatinamente la beneficencia y la educación, necesitará de profesionales laicas: matronas, enfermeras y maestras, que se considerarán por encima de la institutriz doméstica.
Aquella mujer que pretendía llegar más allá de los estudios secundarios, estaba mal vista; y así lo sentenciaba el dicho popular: "mujer que estudia Latín no tendrá buen fin".
Tampoco se daba realce a la mujer que trabajaba para la calle, y menos al marido, que se sentía humillado, sí lo consentía. En este grupo, se integraban tanto las mujeres de oficios domésticos: costureras, lavanderas..., como las que trabajaban detrás de un mostrador, ya fueran amas o dependientas.
La mujer soltera se consideraba como incompleta o solterona de vestir santos. Más respetabilidad inspiraba la viuda que había tenido hijos y alargado la progenie del marido. Y tanto unas como otras atesoraban honorabilidad, si dedicaban parte de su tiempo a empresas religiosas, de apostolado o de catequesis. La mujer moderna de los años 20 podría ser más extravagante en formas y usos, pero en sustancia su inteligencia interesaba que quedara dormida. De tal modo que la lectura de una tesis doctoral por una mujer, podía provocar una manifestación en las puertas de la Universidad.
Centrándonos en la figura de Gertrudis Martínez, caben hacerse varias preguntas. ¿Cómo se atrevió a estudiar la carrera de farmacia tan reservada a los varones, ya fueran frailes que guardaban sus secretos en sus bibliotecas, y sus prácticas realizaban en las llamadas "huertas del boticario"; ya seglares que debían procurar no ser acusados de magia?. ¿Porqué estudio por libre: por falta de dinero para estudiar en Granada, o porqué restaba honorabilidad que una mujer viviera sola en una pensión, ya que no existían Colegios Mayores femeninos?.
Por último, si fue una de las primeras farmacéuticas andaluzas, ¿cómo vivió el retroceso que la mujer experimentó a partir de la Guerra Civil?.

martes, 19 de junio de 2007

LOS GUARDAPOLVOS DE PIZARRA





Entre los numerosos elementos de la arquitectura civil sanluqueña, sobresalen por su vistosidad y factura artesanal los guardapolvos en las fachadas de más de una veintena de casas. Su uso generalizado en el siglo dieciocho por toda Andalucía y, sobre todo en Sevilla, referente al igual que Cádiz para Sanlúcar, se debe al gusto de la burguesía de estas tres ciudades vinculada entre si por un mismo interés crematístico: el comercio con América. En la actualidad, se ha revivido curiosamente el guardapolvo en el caserío sanluqueño como una réplica sin el valor y sentido original.

El guardapolvo es un techo, a modo de visera, que cubre el hueco de un balcón, mirador o cierro (balcón cerrado con cajón acristalado) para protegerlo de las aguas pluviales, más que del polvo, y resguardar a las personas cuando se asoman a mirar. La pizarra constituye el material de sus partes fundamentales y, por esto se diferencia aún teniendo la misma función, del tejaroz, que presenta un techo rematado con tejas curvas a tres aguas; o del techo cornisa de ladrillo enfoscado; o de su réplica actual que sustituye la pizarra por un material metálico o chapado, carente de bajorrelieve y más fácil de adquirir. El vuelo y largura del guadapolvo son menores que las del balcón y mayores que las de los cierros.

lunes, 18 de junio de 2007

BUSCANDO EN EL TEMPLO DEL LUCERO




¡Cuántos detalles salpican las calles de Sanlúcar (“Luciferi Fanum”) que escapan de la mirada del paseante¡ Hay una ciudad que no se ve, pero se puede mirar. El mirar requiere una actitud de contemplación: un preparar el espíritu para recrearse en la obra del hombre. Se necesita poner en marcha la capacidad intelectual con el fin de separar las partes de la obra artística, descubrir sus uniones y así aprehender el todo. Hay que zambullirse en el escenario histórico donde actuó la mano del artista o del artesano y conocer aquellos impactos que le determinaron para elegir entre las formas.

A la mirada física sobre la obra de arte, que causa sensaciones sublimes, puede acompañársele de otro mirar metafísico. Esta última mirada conforta al alma, incluso puede recordarle una filiación divina. Del mismo modo que el Creador, con barro y aliento; la mano del hombre diestro consigue dar vida y eternidad a los materiales ofrecidos por la madre naturaleza, que a su vez le presta sus formas y la gran paleta del arco iris. La unión mística del artista o del observador-recreador nos acerca y asemeja a la imagen del demiurgo, nos sensibiliza, nos humaniza y, en definitivas nos dispone hacia la fraternidad universal.
Todavía al observador, que callejea y ha recorrido una y mil veces las calles de Sanlúcar, sorprende la belleza y el sentido no sólo de los grandes templos, sino de la multitud de detalles cotidianos: el zócalo de azulejos luminosos y cargados de colores o simplemente gris en cal; una lápida que conmemora un hecho relacionado con una persona notable; la hornacina en el chaflán de una esquina, cuyo santo puede invitar al fervor popular; aquel blasón que jalona la portada de una casa, atribuyendo con sus símbolos a un personaje hazañas de héroe; el hierro forjado o fundido de un balcón, una ventana, una cancela dando sensación de seguridad; aquellas puertas tachonadas de brillante clavos y enjaretadas en un fuerte peinazo, que abren y cierran la intimidad de un recinto; o santísimas danzas de arcos, que sobre columnas abren un patio hacia la luz… Y es que cosas pequeñas son grandes dentro del bien amado amante.
Llenas de colores están las calles, callejuelas, carriles, escalerillas. El murmullo de la no muy lejana taberna, la fragancia desprendida desde las ventanucas de las bodegas, el verde olor de la naturaleza enredada que cuelgan de los jardines, el acompasado sonido de una fuente, el chasqueteo al paso de un enchinado son sensaciones que la memoria no quiere olvidar.
En este blog procuraremos regodearnos con la Sanlúcar eternal, recóndita, ignota y con este patrimonio que debemos mimar y guardar como aquel pequeño reloj que nos legó un abuelo, tesoro de valor vivencial, y tal vez material. Al tiempo que concienciarnos que las sensaciones producidas por esta recóndita ciudad, debemos conservarlas realmente, en su mismo sitio para que nuevas generaciones tengan nuestra misma grandiosa oportunidad.