lunes, 18 de junio de 2007
BUSCANDO EN EL TEMPLO DEL LUCERO
¡Cuántos detalles salpican las calles de Sanlúcar (“Luciferi Fanum”) que escapan de la mirada del paseante¡ Hay una ciudad que no se ve, pero se puede mirar. El mirar requiere una actitud de contemplación: un preparar el espíritu para recrearse en la obra del hombre. Se necesita poner en marcha la capacidad intelectual con el fin de separar las partes de la obra artística, descubrir sus uniones y así aprehender el todo. Hay que zambullirse en el escenario histórico donde actuó la mano del artista o del artesano y conocer aquellos impactos que le determinaron para elegir entre las formas.
A la mirada física sobre la obra de arte, que causa sensaciones sublimes, puede acompañársele de otro mirar metafísico. Esta última mirada conforta al alma, incluso puede recordarle una filiación divina. Del mismo modo que el Creador, con barro y aliento; la mano del hombre diestro consigue dar vida y eternidad a los materiales ofrecidos por la madre naturaleza, que a su vez le presta sus formas y la gran paleta del arco iris. La unión mística del artista o del observador-recreador nos acerca y asemeja a la imagen del demiurgo, nos sensibiliza, nos humaniza y, en definitivas nos dispone hacia la fraternidad universal.
Todavía al observador, que callejea y ha recorrido una y mil veces las calles de Sanlúcar, sorprende la belleza y el sentido no sólo de los grandes templos, sino de la multitud de detalles cotidianos: el zócalo de azulejos luminosos y cargados de colores o simplemente gris en cal; una lápida que conmemora un hecho relacionado con una persona notable; la hornacina en el chaflán de una esquina, cuyo santo puede invitar al fervor popular; aquel blasón que jalona la portada de una casa, atribuyendo con sus símbolos a un personaje hazañas de héroe; el hierro forjado o fundido de un balcón, una ventana, una cancela dando sensación de seguridad; aquellas puertas tachonadas de brillante clavos y enjaretadas en un fuerte peinazo, que abren y cierran la intimidad de un recinto; o santísimas danzas de arcos, que sobre columnas abren un patio hacia la luz… Y es que cosas pequeñas son grandes dentro del bien amado amante.
Llenas de colores están las calles, callejuelas, carriles, escalerillas. El murmullo de la no muy lejana taberna, la fragancia desprendida desde las ventanucas de las bodegas, el verde olor de la naturaleza enredada que cuelgan de los jardines, el acompasado sonido de una fuente, el chasqueteo al paso de un enchinado son sensaciones que la memoria no quiere olvidar.
En este blog procuraremos regodearnos con la Sanlúcar eternal, recóndita, ignota y con este patrimonio que debemos mimar y guardar como aquel pequeño reloj que nos legó un abuelo, tesoro de valor vivencial, y tal vez material. Al tiempo que concienciarnos que las sensaciones producidas por esta recóndita ciudad, debemos conservarlas realmente, en su mismo sitio para que nuevas generaciones tengan nuestra misma grandiosa oportunidad.