viernes, 24 de agosto de 2007

LA CASA DE “COPA DE SOMBRA” EN ACQUARONI (y 2)

LA CASA DE “COPA DE SOMBRA” EN ACQUARONI (y 2)


La casa o casas de “Copa de sombra”, relatadas por Acquaroni, se identifican por datos históricos ajenos a la novela y algunas pistas que el propio autor da. Sólo con la hermosa descripción no hubiéramos sabido ubicarlas, pues carece de precisión. Acquaroni no tuvo otra intención que la de crear una circunstancia literaria, y por tanto no la de recoger un riguroso testimonio histórico. Lo mismo que ocurre en el resto de esta obra desarrollada en la imaginaria Santa María de Humeros.
La morada de la supuesta “tía Anastasia”, y luego del farmacéutico “Mancare” marcada con el número 13 y señalada con el 19 en el PGOU (protección global, B-7) de la calle Caballeros, quedaba obligada a conservar como “elementos de interés tipológico: espacios de acceso, patio principal y elementos de articulación espacial del edificio. Fachadas y crujías asociadas a las mismas”.



lunes, 13 de agosto de 2007

LA CASA DE “COPA DE SOMBRA” EN ACQUARONI (1)



LA CASA DE “COPA DE SOMBRA” EN ACQUARONI (1)

Como en cualquier novela el autor mezcla elementos reales y ficción, lo que da como resultado una mayor verosimilitud, y en el caso de “Copa de Sombra” aparece un crudo realismo en un sencillo entramado de nudos tristes, donde en algunas ocasiones saltan los colores angélicos de los recuerdos de una niñez sencilla y sin complicaciones vitales.
Esto ocurre cuando Acquaroni describe la casa donde vivió en la calle Caballeros, ya que se ve igualmente como funde bellas descripciones de casas distintas: la número 11 y la 13 entre otras. Desde el punto de vista arquitectónico, como se verá, la once es de menor prestancia (extensión, tratamiento de fachada, simetría, etc.) que la trece –hoy vaciada y conservada solo en fachada-, aunque no por ello de menor importancia.



jueves, 2 de agosto de 2007

ÁVIDAS TORRES-MIRADORES

ÁVIDAS TORRES-MIRADORES





No puede la vista gozar tanto como al volar sobre el triángulo artístico formado por la Iglesia de Santo Domingo, la vetusta Araucaria y las torre-mirador del Carril de San Diego o la de la calle Diego Benítez.
La pétrea Santo Domingo parece que fue concebida como un altar cerca del cielo, pregonado por su majestuoso cimborrio con cúpula, a su vez adornado con jarras de flores, alado por bordadas balaustradas y ensalzado por su sonora espadaña, rezumando el arte del Renacimiento por sus cuatro costados.
Ante este magnífico solideo de piedra resultan pequeñas y prosaicas las torres-miradores, poco espirituales y más crematísticas, y no llegan a alcanzar la nobleza de las torres guerreras del Castillo, aunque los burgueses moradores con toda la plata de América lo pretendieran.



Cuenta la tradición que a través de estas torres-miradores de los siglos XVII y XVIII los grandes comerciantes con avidez de beneficios veían partir los barcos cargados con sus mercancías rumbo a las Indias Occidentales, o con impaciencia el regreso de los mismos llenos de sus ganancias en plata, oro u otros productos indianos. Incluso la leyenda recuerda la desesperación de algún cargador que ante el hundimiento de su navío en las entrañas de la barra, se lanzó al vacío desde lo alto de la torre. Así las gastaba la dichosa broa y barra, elemento de discordia entre Sevilla y Cádiz por llevarse el puerto único del comercio con América a su territorio