jueves, 2 de agosto de 2007

ÁVIDAS TORRES-MIRADORES

ÁVIDAS TORRES-MIRADORES





No puede la vista gozar tanto como al volar sobre el triángulo artístico formado por la Iglesia de Santo Domingo, la vetusta Araucaria y las torre-mirador del Carril de San Diego o la de la calle Diego Benítez.
La pétrea Santo Domingo parece que fue concebida como un altar cerca del cielo, pregonado por su majestuoso cimborrio con cúpula, a su vez adornado con jarras de flores, alado por bordadas balaustradas y ensalzado por su sonora espadaña, rezumando el arte del Renacimiento por sus cuatro costados.
Ante este magnífico solideo de piedra resultan pequeñas y prosaicas las torres-miradores, poco espirituales y más crematísticas, y no llegan a alcanzar la nobleza de las torres guerreras del Castillo, aunque los burgueses moradores con toda la plata de América lo pretendieran.



Cuenta la tradición que a través de estas torres-miradores de los siglos XVII y XVIII los grandes comerciantes con avidez de beneficios veían partir los barcos cargados con sus mercancías rumbo a las Indias Occidentales, o con impaciencia el regreso de los mismos llenos de sus ganancias en plata, oro u otros productos indianos. Incluso la leyenda recuerda la desesperación de algún cargador que ante el hundimiento de su navío en las entrañas de la barra, se lanzó al vacío desde lo alto de la torre. Así las gastaba la dichosa broa y barra, elemento de discordia entre Sevilla y Cádiz por llevarse el puerto único del comercio con América a su territorio

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Probablemente a raíz de la tradición se haya identificado torre-mirador con casa de cargador a Indias. Sin embargo en Sanlúcar no todos levantaron torres en sus caserones: Vargas Machuca (calle Carmen esquina Trascuesta), Gil de Ledesma (Carmen esquina Carril de San Diego), Loaysa (plaza de la Victoria), González de Ceballos (Mar esquina Diego Benítez)…; incluso en 1878 ya independizada la América continental, aún se solicita al Cabildo permiso para construir un mirador. Es posible que en este siglo se desmocharan de tejas algunas torres y se colocaran pretiles de barandillas de hierro, si es que no se hicieron de nueva planta (casa Bolsa esquina a Cruces o la de “los dos relojes” y torre entre plaza Cabildo y calle Capillita).
Las torres-miradores responden más al afán de prestigio de la oligarquía que a una función de control del movimiento fluvial, más al recreo y vanidad que a un fin práctico.
De Cádiz sólo se traen dos modelos de torre-mirador: el de terraza con pretil (Casa en Diego Benítez) y el de silla con respaldo (Casa Arizón, Casa de Cruzado de Mendoza o Maternidad); pues no se adoptan ni el de “garita” –de inspiración militar-, ni el mixto de “silla y garita”, tal vez por no ser necesaria tanta altura para divisar el horizonte fluvial o por no tropezar la vista con otras casas similares como ocurría entre las densas y cercanas edificaciones de Cádiz.




En cambio, se recurre a la torre con los tejadillos a cuatro aguas (con cierta semejanza a los miradores que lo conventos monjiles levantan sobre la bóveda de sus iglesias), en el que se abre un balconcillo o mansarda en el lado orientado al mar: casa del Carril 20, casa Cuesta de Ganado esquina a Baños, casa calle Mar esquina Bolsa, casa calle San Agustín, la destruida de la calle Trillo, antigua casa de Montegudo en calle Santo Domingo, la desaparecida lindera esquina a Carril, las trillizas de la calle Fariña esquina a Don Claudio, la de la calle Alcoba, la de entre Carmen y Regina, etc. Estas torres son más propias del caserío urbano de Sevilla así como de las haciendas y cortijos de su campiña. Y así las revivirá la arquitectura regionalista de principio del siglo veinte y, subsiguiente tardo-barroco aún vigente.




En el Barrio Bajo se utiliza más la torre-mirador que en el alto, pues aquí por estar por encima de la barranca obviamente la casa del cargador se conforma con menos altura. De planta cuadrangular, la torre mirador suele tener dos pisos más remate. El primero se alza a la misma altura que el principal o el “soberao” y el segundo queda totalmente exento. Buscando siempre la mejor visibilidad del mar, puede situarse en la crujía principal a plomo del muro de fachada, la minoría de las veces, en la esquina de dos calles; o bien por lo general se coloca en la crujía del fondo, siempre buscando la visibilidad y la sensación de verticalidad.

La torre-mirador de la calle Diego Benítez debió pertenecer a la casa de su espalda en Benegil, que presenta mayor empaque en su fachada y en su interior (Mesón de Pozo o “Siglo XXI”). Y es en su segundo piso, donde la torre abre sus huecos tan característicos. Esta presenta tres ventanas a cada lado en arco de medio punto resaltados con molduras que quedan separadas por pilastras cuyos capiteles recogen una cornisa volada. En cambio, el remate muestra una azotea coronada por dieciséis merlones con punta de diamante de doble altura que el pretil-almena que los separa.