Llamada a desaparecer está la
ecuación almacén-taberna-montañés. Primero porque los economatos y luego los
hipermercados han devorado a al pequeño comercio de ultramarino, segundo porque
sólo han resistido algunas tabernas al empuje del bar o la cafetería, y tercero
porque el goteo multisecular de emigrantes ha quedado casi cerrado.
Algunos almacenes -como el de la
ilustración, “Almacén 1888”- han cambiado su función convirtiéndose en pub y
conservando la estantería y el mostrador que se conservan al modo de resto
etnográfico o arqueológico, o bien han
modernizado sus formas.
Denominado también abacería por
ser el “abaz” o estantería o aparador donde se muestran los alimentos, solían
contar con el almacén propiamente dicho, la taberna y la trastienda o depósito.
Y se diferencia la taberna, tabanco, cantina o bodeguita -despacho sólo de
vinos- del colmado, mesón o bodegón donde se servían comidas.
Desde que se instala el montañés
hasta que su carrera económica, a fuerza de trabajo y privaciones, culmina con
los negocios al por mayor o de viñas-bodegas y con la salida de detrás de
mostrador, se sucede un proceso similar, tanto en el siglo pasado como en los
primeros del nuestro, en el que nada más que varía el ritmo. La celeridad en la
carrera del capitalismo aumenta con el cambio de estructuras del antiguo al
nuevo régimen y a las coyunturas generalmente críticas que favorecen los
préstamos y las compraventas por deflación a aquellos que tienen acumulado
capital o buena moneda de oro.
Este fenómeno surgido sobre todo
en zonas costeras o en ciudades bien comunicadas con cierto flujo comercial y
en el caso de Andalucía no antecede a la industria, ya que el capital se
invierte en la tierra, o en bienes inmuebles. Imitando a las clases altas, la
nueva burguesía abandona otras posibilidades de inversión, al decir de Jover,
renuncia al dinámico riesgo comercial por un vivir seguro o de rentas fijas.
La mentalidad de los montañeses
“triunfadores” procura olvidar e incluso borrar, como si fuera una mancha, como
una impureza de sangre al estilo de los cristianos nuevos, que inició su
andadura comercial detrás de un mostrador o de ese “cinturón de palo” que afea
la genealogía del noble castellano viejo. El propio refranero popular trata tan
mal a la tríada almacén-taberna-montañés, que se comprenden las amnesias
históricas.
En cuanto a la nobleza, del
mismo modo el refranero afirma que duda: Montañés, hidalgo es, la hidalguía
de la Montaña, dos cucos y una castaña, ni amor mudo, ni montañés sin escudo. Su carácter austero, casi tirando a la
miseria se enuncia así: Las chátaras (alpargatas) del montañés, duran meses
cuatro veces tres; tres con pelo, tres sin él, tres rotas, y tres en espera de
otras. Mala fama e impopularidad recibe sólo por su origen geográfico: Gallegos, montañeses y asturianos, primos hermanos o los enemigos del alma
son tres: gallego, asturiano y montañés. Hay que tener en cuenta que los
burgaleses, riojanos de Álava y Logroño entran en el mismo lote, pues hasta la
creación de la provincia como territorio administrativo, parte de éllas
pertenecía a la Montaña. También en el grupo de los “norteños”, sobre todo al
principio de nuestro siglo, cuando es mayor el movimiento migratorio, se
considera a los de Palencia, Zamora y Soria: De Burgos a la mar, todo es necedad.
También es objeto de chanza el habla: Si naciste en la Montaña dirás jorcinas,
junchas y engarra.
Si encima de ser montañés se es
comerciante, entonces se califica de vileza: mandil y vara de medir, oficio vil.
O de pícaro o granuja: Montañés, mala res: cada tunante vale por tres; montañesillo, despierto y ladroncillo; al montañés, ni le fíes, ni le des; tendero y ventero, van al infierno por el mismo sendero; ventero y ladrón
son dos palabras, pero una cosa son; de ventero a ladrón no hay más que un
escalón.
La sabiduría popular considera
la taberna como buen negocio: ni lugar sin taberna, ni puta sin alcahueta; taberna de buen vino hace al tabernero rico; tabernero diligente de quince
arrobas hace veinte. Los del siglo XIX encontrarán su filón en las leyes de
desamortización, mientras que los del pasado siglo lo encontrarán en el de la
guerra y posguerra civil.
A veces el almacén tomaba
carácter financiero, realizando el montañés préstamos de diversa índole. Nunca
su casa sería “la tiendecilla de la media rosca, papel de estraza y cargada de
mosca, sin embargo la impopularidad sería mayor: Quien me presta me ayuda a
vivir y me gobierna. Quien presta sin tomar prendas, los cabellos se mesa.
Quien quisiere cobrar enemigos, preste dinero. El corazón del usurero, tiene
callos y pelos. Caudal de usura, dos generaciones dura. De padres usureros,
hijos poderosos y nietos pordioseros.
Benigno Barbadillo Ortigüela
Benigno Barbadillo Ortigüela
En las ilustraciones aparecen cuatro montañeses que ascendieron del simple almacén al ser propietarios y almacenistas de vino: Benigno Barbadillo Ortigüela (Covarrubias-Burgos, 1773-1837), León Argüeso Argüeso (Arija-Burgos, 1801-1880), Pedro Rodríguez Santiago (Hoz de Chiada-Burgos, 1816-1892) y Diego Linares Obeso (Barrio-Santander, 1817-1889). Representan la conquista económica y social de la clase media decimonónica en Sanlúcar. Menos Argüeso -el último en cerrar el almacén-, los otros casaron con sanluqueñas hijas de montañeses: Barbadillo y Rodríguez con Dolores Díez Rodríguez, y Linares con Rosa Paz Zavalsa; y no casualmente con cerca de cuarenta años